Cinco cargas que no necesitas llevar
Introducción
Sir Winston Churchill señaló al final de su vida: «Cuando miro todas estas preocupaciones, recuerdo la historia del anciano que dijo en su lecho de muerte que había tenido muchos problemas en su vida, ¡la mayoría de los cuales nunca había ocurrido!».
Churchill hablaba de la carga de las preocupaciones que nunca se materializan. Sin embargo, hay muchos tipos de «cargas» diferentes en la vida y algunos de ellos son muy reales. Jesús invitó: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, \[...\] y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana» (Mateo 11:28-30).
Un yugo es algo que Jesús tuvo que haber fabricado en su carpintería. Es un marco de madera que une dos animales (generalmente bueyes) por el cuello, permitiéndoles tirar de un arado o de un carro juntos. La función del yugo es hacer la carga más fácil de llevar.
Me encanta la forma en que Eugene Peterson traduce este pasaje en la versión bíblica The Message: «¿Estás cansado? ¿Rendido? ¿Estás quemado con la religión? Ven a mí. Escápate conmigo y recuperarás tu vida. Te mostraré cómo tomar un verdadero descanso. Camina conmigo y trabaja conmigo, mira cómo lo hago. Aprende los ritmos no forzados de la gracia. No pondré nada pesado o mal ajustado sobre ti. Acompáñame y aprenderás a vivir libre y ligero» (vv.28-30, MSG).
Salmos 68:15-20
15 Montañas de Basán, montañas imponentes;
montañas de Basán, montañas escarpadas:
16 ¿Por qué, montañas escarpadas, miran con envidia
al monte donde a Dios le place residir,
donde el Señor habitará por siempre?
17 Los carros de guerra de Dios
se cuentan por millares;
del Sinaí vino en ellos el Señor
para entrar en su santuario.
18 Cuando tú, Dios y Señor,
ascendiste a las alturas,
te llevaste contigo a los cautivos;
tomaste tributo de los hombres,
aun de los rebeldes,
para establecer tu morada.
19 Bendito sea el Señor, nuestro Dios y Salvador,
que día tras día sobrelleva nuestras cargas.
20 Nuestro Dios es un Dios que salva;
el Señor Soberano nos libra de la muerte.
Comentario
1. Preocupación
Como manifestó Corrie ten Boom: «La preocupación no vacía el mañana de su tristeza, vacía el hoy de su fuerza». David alaba a «nuestro Dios y Salvador, que día tras día sobrelleva nuestras cargas» (v.19). Las cargas aquí descritas pueden incluir muchas cosas. Una de las cargas que Dios soporta por nosotros diariamente es el peso de la preocupación, el estrés y la ansiedad.
En su libro Affluenza, el psicólogo Oliver James señala que «casi una cuarta parte de Gran Bretaña sufre graves problemas emocionales, como la depresión y la ansiedad, y otra cuarta parte está al borde de padecerlos. Dicho sin rodeos, la mitad de nosotros andamos por mal camino \[...\]. Recientemente se demostró que aquellos que ganan más de £50 000 son más propensos a la depresión y la ansiedad \[...\] que los que ganan menos».
Cada día, puedes confiarle a Dios tus preocupaciones y ansiedades. Eso hace toda una gran diferencia. Él lleva diariamente tus «cargas» (v.19).
Oración
Gracias, Señor, porque hoy puedo venir a Ti y traerte todas mis cargas, preocupaciones y ansiedades...
Juan 18:25-40
Pedro niega de nuevo a Jesús
25 Mientras tanto, Simón Pedro seguía de pie, calentándose.
—¿No eres tú también uno de sus discípulos? —le preguntaron.
—No lo soy —dijo Pedro, negándolo.
26 —¿Acaso no te vi en el huerto con él? —insistió uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le había cortado la oreja.
27 Pedro volvió a negarlo, y en ese instante cantó el gallo.
Jesús ante Pilato
28 Luego los judíos llevaron a Jesús de la casa de Caifás al palacio del gobernador romano. Como ya amanecía, los judíos no entraron en el palacio, pues de hacerlo se contaminarían ritualmente y no podrían comer la Pascua. 29 Así que Pilato salió a interrogarlos:
—¿De qué delito acusan a este hombre?
30 —Si no fuera un malhechor —respondieron—, no te lo habríamos entregado.
31 —Pues llévenselo ustedes y júzguenlo según su propia ley —les dijo Pilato.
—Nosotros no tenemos ninguna autoridad para ejecutar a nadie —objetaron los judíos.
32 Esto sucedió para que se cumpliera lo que Jesús había dicho, al indicar la clase de muerte que iba a sufrir.
33 Pilato volvió a entrar en el palacio y llamó a Jesús.
—¿Eres tú el rey de los judíos? —le preguntó.
34 —¿Eso lo dices tú —le respondió Jesús—, o es que otros te han hablado de mí?
35 —¿Acaso soy judío? —replicó Pilato—. Han sido tu propio pueblo y los jefes de los sacerdotes los que te entregaron a mí. ¿Qué has hecho?
36 —Mi reino no es de este mundo —contestó Jesús—. Si lo fuera, mis propios guardias pelearían para impedir que los judíos me arrestaran. Pero mi reino no es de este mundo.
37 —¡Así que eres rey! —le dijo Pilato.
—Eres tú quien dice que soy rey. Yo para esto nací, y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz.
38 —¿Y qué es la verdad? —preguntó Pilato.
Dicho esto, salió otra vez a ver a los judíos.
—Yo no encuentro que éste sea culpable de nada —declaró—. 39 Pero como ustedes tienen la costumbre de que les suelte a un preso durante la Pascua, ¿quieren que les suelte al “rey de los judíos”?
40 —¡No, no sueltes a ése; suelta a Barrabás! —volvieron a gritar desaforadamente.
Y Barrabás era un bandido.
Comentario
2. Fracaso (Juan 18:25–27)
Le preguntan al gran apóstol Pedro: «¿No eres tú también uno de sus discípulos?». Él lo negó, respondiendo: «No lo soy» (v.25). Esta es su segunda negación. La tercera vez, Pedro fue desafiado y negó conocer a Jesús (v.26). En aquel momento un gallo comenzó a cantar (v.27), tal como Jesús lo había predicho.
Como la mayoría de nosotros hacemos de vez en cuando, Pedro se dio cuenta de que le había fallado a Jesús. Una sensación de fracaso puede ser una gran carga.
Este pasaje no es el final de la historia de Pedro. Después de su resurrección, Jesús se reunió con Pedro y lo restituyó, perdonándolo por aquel fracaso, y enviándolo una vez más (21:15-25). Con Jesús, el fracaso nunca es definitivo.
Aunque Pedro le falló, Jesús tomó la carga de su fracaso, lo perdonó, lo restituyó y lo usó poderosamente como a ninguno otro en la historia humana.
3. Injusticia (vv.28-38a)
En este pasaje vemos que una de las muchas cosas que Jesús tuvo que soportar fue un juicio totalmente injusto. Cuando Pilato le preguntó: «¿De qué delito acusan a este hombre?» (v.29), le respondieron: «Si no fuera un malhechor \[...\], no te lo habríamos entregado» (v.30).
Uno de los principios básicos de la mayoría de los sistemas de justicia es que la acusación debe probar el caso contra el acusado. Los acusadores de Jesús trataron de socavar este principio invirtiendo una de las presunciones básicas que todo sistema judicial necesita superar: la suposición de que si una persona está siendo juzgada es porque es culpable. Pilato intentó injustamente invertir la carga de la prueba.
Pilato también le negó injustamente a Jesús el derecho al silencio. Le preguntó: «¿Qué has hecho?» (v.35c), tratando de hacer que Jesús se condenara a sí mismo con sus propias palabras. Jesús dice que vino al mundo «para dar testimonio de la verdad» (v.37b), a lo cual Pilato respondió: «¿Y qué es la verdad?» (v.38a).
Es casi como si Pilato estuviera cuestionando (como se hace en nuestra sociedad postmoderna) si existe tal cosa llamada «verdad» (es decir, la verdad absoluta). Sin embargo, Pilato se encuentra cara a cara con la Verdad, Jesucristo —quien sufrió un juicio injusto— y peor aún, la pena injusta de la crucifixión y la muerte, y lo hizo por ti y por mí.
4. Pecado (vv.38b–40)
A pesar de este juicio injusto, Pilato concluye: «Yo no encuentro que este sea culpable de nada» (v.38b). Jesús es completamente inocente y Pilato quiere liberarlo, pero la multitud grita: «¡No!, a ese hombre, no. ¡Queremos a Barrabás! (Barrabás era un bandido)» (v.40) insurreccionado. Jesús el inocente, es condenado a la crucifixión mientras que Barrabás el pecador, es liberado.
El simbolismo es claro; en la cruz Jesús el inocente, murió para que nosotros los pecadores, pudiéramos ser liberados. El soportó la carga de nuestro pecado.
Oración
Bendito sea el Señor, nuestro Dios y Salvador. Nuestro Dios es un Dios que salva; el Señor Soberano nos libra de la muerte. (Salmo 68:19-20)
1 Samuel 24:1-25:44
David le perdona la vida a Saúl
24Cuando Saúl regresó de perseguir a los filisteos, le informaron que David estaba en el desierto de Engadi. 2 Entonces Saúl tomó consigo tres batallones de hombres escogidos de todo Israel, y se fue por los Peñascos de las Cabras, en busca de David y de sus hombres.
3 Por el camino, llegó a un redil de ovejas; y como había una cueva en el lugar, entró allí para hacer sus necesidades. David estaba escondido en el fondo de la cueva, con sus hombres, 4 y éstos le dijeron:
—En verdad, hoy se cumple la promesa que te hizo el Señor cuando te dijo: “Yo pondré a tu enemigo en tus manos, para que hagas con él lo que mejor te parezca.”
David se levantó y, sin hacer ruido, cortó el borde del manto de Saúl. 5 Pero le remordió la conciencia por lo que había hecho, 6 y les dijo a sus hombres:
—¡Que el Señor me libre de hacerle al rey lo que ustedes sugieren! No puedo alzar la mano contra él, porque es el ungido del Señor.
7 De este modo David contuvo a sus hombres, y no les permitió que atacaran a Saúl. Pero una vez que éste salió de la cueva para proseguir su camino, 8 David lo siguió, gritando:
—¡Majestad, Majestad!
Saúl miró hacia atrás, y David, postrándose rostro en tierra, se inclinó 9 y le dijo:
—¿Por qué hace caso Su Majestad a los que dicen que yo quiero hacerle daño? 10 Usted podrá ver con sus propios ojos que hoy mismo, en esta cueva, el Señor lo había entregado en mis manos. Mis hombres me incitaban a que lo matara, pero yo respeté su vida y dije: “No puedo alzar la mano contra el rey, porque es el ungido del Señor.” 11 Padre mío, mire usted el borde de su manto que tengo en la mano. Yo corté este pedazo, pero a usted no lo maté. Reconozca que yo no intento hacerle mal ni traicionarlo. Usted, sin embargo, me persigue para quitarme la vida, aunque yo no le he hecho ningún agravio. 12 ¡Que el Señor juzgue entre nosotros dos! ¡Y que el Señor me vengue de usted! Pero mi mano no se alzará contra usted. 13 Como dice el antiguo refrán: “De los malos, la maldad”; por eso mi mano jamás se alzará contra usted.
14 »¿Contra quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién persigue? ¡A un perro muerto! ¡A una pulga! 15 ¡Que sea el Señor quien juzgue y dicte la sentencia entre nosotros dos! ¡Que examine mi causa, y me defienda y me libre de usted!
16 Cuando David terminó de hablar, Saúl le preguntó:
—David, hijo mío, ¡pero si eres tú quien me habla!
Y alzando la voz, se echó a llorar.
17 —Has actuado mejor que yo —continuó Saúl—. Me has devuelto bien por mal. 18 Hoy me has hecho reconocer lo bien que me has tratado, pues el Señor me entregó en tus manos, y no me mataste. 19 ¿Quién encuentra a su enemigo y le perdona la vida? ¡Que el Señor te recompense por lo bien que me has tratado hoy! 20 Ahora caigo en cuenta de que tú serás el rey, y de que consolidarás el reino de Israel. 21 Júrame entonces, por el Señor, que no exterminarás mi descendencia ni borrarás el nombre de mi familia.
22 David se lo juró. Luego Saúl volvió a su palacio, y David y sus hombres subieron al refugio.
David, Nabal y Abigaíl
25Samuel murió, y fue enterrado en Ramá, donde había vivido. Todo Israel se reunió para hacer duelo por él. Después de eso David bajó al desierto de Maón.
2 Había en Maón un hombre muy rico, dueño de mil cabras y tres mil ovejas, las cuales esquilaba en Carmel, donde tenía su hacienda. 3 Se llamaba Nabal y pertenecía a la familia de Caleb. Su esposa, Abigaíl, era una mujer bella e inteligente; Nabal, por el contrario, era insolente y de mala conducta.
4 Estando David en el desierto, se enteró de que Nabal estaba esquilando sus ovejas. 5 Envió entonces diez de sus hombres con este encargo: «Vayan a Carmel para llevarle a Nabal un saludo de mi parte. 6 Díganle: “¡Que tengan salud y paz tú y tu familia, y todo lo que te pertenece! 7 Acabo de escuchar que estás esquilando tus ovejas. Como has de saber, cuando tus pastores estuvieron con nosotros, jamás los molestamos. En todo el tiempo que se quedaron en Carmel, nunca se les quitó nada. 8 Pregúntales a tus criados, y ellos mismos te lo confirmarán. Por tanto, te agradeceré que recibas bien a mis hombres, pues este día hay que celebrarlo. Dales, por favor, a tus siervos y a tu hijo David lo que tengas a la mano.” »
9 Cuando los hombres de David llegaron, le dieron a Nabal este mensaje de parte de David y se quedaron esperando. 10 Pero Nabal les contestó:
—¿Y quién es ese tal David? ¿Quién es el hijo de Isaí? Hoy día son muchos los esclavos que se escapan de sus amos. 11 ¿Por qué he de compartir mi pan y mi agua, y la carne que he reservado para mis esquiladores, con gente que ni siquiera sé de dónde viene?
12 Los hombres de David se dieron la vuelta y se pusieron en camino. Cuando llegaron ante él, le comunicaron todo lo que Nabal había dicho. 13 Entonces David les ordenó: «¡Cíñanse todos la espada!» Y todos, incluso él, se la ciñeron. Acompañaron a David unos cuatrocientos hombres, mientras que otros doscientos se quedaron cuidando el bagaje.
14 Uno de los criados avisó a Abigaíl, la esposa de Nabal: «David envió desde el desierto unos mensajeros para saludar a nuestro amo, pero él los trató mal. 15 Esos hombres se portaron muy bien con nosotros. En todo el tiempo que anduvimos con ellos por el campo, jamás nos molestaron ni nos quitaron nada. 16 Día y noche nos protegieron mientras cuidábamos los rebaños cerca de ellos. 17 Piense usted bien lo que debe hacer, pues la ruina está por caer sobre nuestro amo y sobre toda su familia. Tiene tan mal genio que ni hablar se puede con él.»
18 Sin perder tiempo, Abigaíl reunió doscientos panes, dos odres de vino, cinco ovejas asadas, treinta y cinco litros de trigo tostado, cien tortas de uvas pasas y doscientas tortas de higos. Después de cargarlo todo sobre unos asnos, 19 les dijo a los criados: «Adelántense, que yo los sigo.» Pero a Nabal, su esposo, no le dijo nada de esto.
20 Montada en un asno, Abigaíl bajaba por la ladera del monte cuando vio que David y sus hombres venían en dirección opuesta, de manera que se encontraron. 21 David recién había comentado: «De balde estuve protegiendo en el desierto las propiedades de ese tipo, para que no perdiera nada. Ahora resulta que me paga mal por el bien que le hice. 22 ¡Que Dios me castigue sin piedad si antes del amanecer no acabo con todos sus hombres!»
23 Cuando Abigaíl vio a David, se bajó rápidamente del asno y se inclinó ante él, postrándose rostro en tierra. 24 Se arrojó a sus pies y dijo:
—Señor mío, yo tengo la culpa. Deje que esta sierva suya le hable; le ruego que me escuche. 25 No haga usted caso de ese grosero de Nabal, pues le hace honor a su nombre, que significa “necio”. La necedad lo acompaña por todas partes. Yo, por mi parte, no vi a los mensajeros que usted, mi señor, envió.
26 »Pero ahora el Señor le ha impedido a usted derramar sangre y hacerse justicia con sus propias manos. ¡Tan cierto como que el Señor y usted viven! Por eso, pido que a sus enemigos, y a todos los que quieran hacerle daño, les pase lo mismo que a Nabal. 27 Acepte usted este regalo que su servidora le ha traído, y repártalo entre los criados que lo acompañan. 28 Yo le ruego que perdone la falta de esta servidora suya. Ciertamente, el Señor le dará a usted una dinastía que se mantendrá firme, y nunca nadie podrá hacerle a usted ningún daño, pues usted pelea las batallas del Señor. 29 Aun si alguien lo persigue con la intención de matarlo, su vida estará protegida por el Señor su Dios, mientras que sus enemigos serán lanzados a la destrucción. 30 Así que, cuando el Señor le haya hecho todo el bien que le ha prometido, y lo haya establecido como jefe de Israel, 31 no tendrá usted que sufrir la pena y el remordimiento de haberse vengado por sí mismo, ni de haber derramado sangre inocente. Acuérdese usted de esta servidora suya cuando el Señor le haya dado prosperidad.
32 David le dijo entonces a Abigaíl:
—¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que te ha enviado hoy a mi encuentro! 33 ¡Y bendita seas tú por tu buen juicio, pues me has impedido derramar sangre y vengarme con mis propias manos! 34 El Señor, Dios de Israel, me ha impedido hacerte mal; pero te digo que si no te hubieras dado prisa en venir a mi encuentro, para mañana no le habría quedado vivo a Nabal ni uno solo de sus hombres. ¡Tan cierto como que el Señor vive!
35 Dicho esto, David aceptó lo que ella le había traído.
—Vuelve tranquila a tu casa —añadió—. Como puedes ver, te he hecho caso: te concedo lo que me has pedido.
36 Cuando Abigaíl llegó a la casa, Nabal estaba dando un regio banquete. Se encontraba alegre y muy borracho, así que ella no le dijo nada hasta el día siguiente. 37 Por la mañana, cuando a Nabal ya se le había pasado la borrachera, su esposa le contó lo sucedido. Al oírlo, Nabal sufrió un ataque al corazón y quedó paralizado. 38 Unos diez días después, el Señor hirió a Nabal, y así murió.
39 Cuando David se enteró de que Nabal había muerto, exclamó: «¡Bendito sea el Señor, que me ha hecho justicia por la afrenta que recibí de Nabal! El Señor libró a este siervo suyo de hacer mal, pero hizo recaer sobre Nabal su propia maldad.»
Entonces David envió un mensaje a Abigaíl, proponiéndole matrimonio. 40 Cuando los criados llegaron a Carmel, hablaron con Abigaíl y le dijeron:
—David nos ha enviado para pedirle a usted que se case con él.
41 Ella se inclinó, y postrándose rostro en tierra dijo:
—Soy la sierva de David, y estoy para servirle. Incluso estoy dispuesta a lavarles los pies a sus criados.
42 Sin perder tiempo, Abigaíl se dispuso a partir. Se montó en un asno y, acompañada de cinco criadas, se fue con los mensajeros de David. Después se casó con él.
43 David también se había casado con Ajinoán de Jezrel, así que ambas fueron sus esposas. 44 Saúl, por su parte, había entregado su hija Mical, esposa de David, a Paltiel hijo de Lais, oriundo de Galín.
Comentario
5. Culpabilidad
La culpabilidad es una carga horrible. Un invitado a uno de nuestros pequeños grupos Alpha describió el sentimiento físico de culpabilidad como «un muy mal caso de indigestión». Pero la culpa es más que un sentimiento físico, tiene consecuencias emocionales y espirituales mucho más graves.
Dios nos ha dado a todos un sentido moral o una conciencia. A menudo, nos sentimos culpables porque hemos hecho algo que sabemos que está mal. Sin embargo, nuestras conciencias de seres humanos caídos no son perfectas. A veces experimentamos una falsa culpabilidad. Nos sentimos culpables de cosas que no son realmente nuestra culpa. Necesitamos que nuestra conciencia sea educada por la palabra de Dios.
En otras ocasiones no nos sentimos culpables de las cosas por las que deberíamos sentirnos culpables, en cuyo caso necesitamos que nuestra conciencia sea despertada por el Espíritu de Dios.
A David se le dio la oportunidad de librarse de Saúl, la persona que estaba tratando de matarlo (24:1-4). En lugar de aprovechar la oportunidad, David simplemente cortó un pedazo del manto de Saúl para demostrarle que podía haberlo matado si lo hubiera querido.
Sin embargo, a David «comenzó a remorderle la conciencia por haber cortado el manto de Saúl» (v.5, NTV) y «el corazón de David le golpeaba» (v.5, RVA-2015). David claramente tenía una conciencia muy sensible y sentía la carga de la culpa por haberle hecho aquello al «ungido del Señor» (v.6). Con todo, pudo decirle a Saúl: «Reconozca \[su majestad\] que yo no intento hacerle mal ni traicionarlo. \[…\] yo no le he hecho ningún agravio» (v.11b).
Parece que hasta por un momento el mismo Saúl se sintió atormentado por su conciencia, «… se echó a llorar. —Has actuado mejor que yo —continuó Saúl—. Me has devuelto bien por mal» (vv.16c-17). En medio de sus celos, Saúl tuvo un extraño momento de cordura, donde experimentó una culpabilidad verdadera.
David evitó asumir más cargas de culpabilidad sobre sí mismo. Estaba a punto de vengar los malos tratos de Nabal contra él y sus hombres. Abigaíl vino al rescate y con gran destreza y diplomacia, trajo regalos a David proclamando: «¡Que la culpa, mi señor, recaiga sobre mí! \[...\] el Señor no ha permitido que venga usted a derramar sangre» (25:24,26, DHH).
Ella continuó: «... no tendrá usted que sufrir la pena y el remordimiento de haberse vengado por sí mismo, ni de haber derramado sangre inocente» (v.31).
David se dio cuenta de que Abigaíl lo había rescatado de la carga de la culpabilidad: «¡Y bendita seas tú por tu juicio, pues me has impedido derramar sangre y vengarme con mis propias manos!» (v.33). La habilidad de Abigaíl es la que todos necesitamos desarrollar. Es bueno hablar con sabiduría y diplomacia al asesorar a otros sobre cómo pueden actuar, para que eviten hacer cosas que los conduzcan a la culpabilidad.
David evitó ejecutar el juicio con sus propias manos. Entonces, «el Señor hirió a Nabal y así murió» (v.38). Cuando David oyó que Nabal estaba muerto, proclamó: «Bendito sea el Señor, que me ha hecho justicia por la afrenta que recibí de Nabal! Él Señor libró a este siervo suyo de hacer mal, pero hizo recaer sobre Nabal su propia maldad» (v.39). Al final, todo terminó felizmente con David casándose con Abigaíl, la reciente viuda.
La carga de la verdadera culpabilidad es real para todos, sin que importe si tenemos los sentimientos que la acompañan o no. Jesús murió en la cruz para cargar con nuestra culpa.
Oración
Gracias Señor por cargar con mi culpa, mis miedos, mis preocupaciones, mis angustias y llevar a diario todas mis cargas.
Añadidos de Pippa
1 Samuel 25:18–19
Este pasaje trata acerca del estrés en el mayor momento de tensión respecto al suministro de alimentos. Abigaíl y toda su comunidad serían asesinados si no entregaba la comida a tiempo. ¡Me impresiona que Abigaíl logró conseguir 200 panes (¡eso sí que es hornear rápidamente!) así como vino, trigo tostado, tortas de uvas pasas e higos y cinco ovejas asadas! Ella salvó la situación. En comparación, ¡mis problemas de suministro de alimentos parecen bastante menores!
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Referencias
Nueva Versión Inernacional (NVI)
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