Pruebas y tentaciones
Introducción
John Wimber, pastor estadounidense y pionero del movimiento La Viña (Vineyard), ejerció enorme influencia en la iglesia en todo el mundo. Murió a los 63 años y la vida fue para él, con mucha frecuencia, extremamente difícil.
Fue objeto de una cantidad atroz de críticas. Recuerdo cómo me dijo en una ocasión: «La notoriedad es divertida por un breve espacio de tiempo, pasado el cual se convierte en una molestia». Lo que quizá más le dolió en el corazón fue el hecho de que tres de los hombres que le eran más próximos, a los que amó y trató como hijos, cedieron ante la tentación y fallaron moralmente.
Dios usó a John Wimber de maneras extraordinarias, pero él y su equipo tuvieron que afrontar muchas pruebas y tentaciones. Así es la vida, y la Biblia no es ingenua acerca de este hecho. Normalmente, tras superar una batalla nos aguarda otra a la vuelta de la esquina. Así es el desafío de la vida.
Salmos 71:1-8
Salmo 71
1 En ti, Señor, me he refugiado;
jamás me dejes quedar en vergüenza.
2 Por tu justicia, rescátame y líbrame;
dígnate escucharme, y sálvame.
3 Sé tú mi roca de refugio
adonde pueda yo siempre acudir;
da la orden de salvarme,
porque tú eres mi roca, mi fortaleza.
4 Líbrame, Dios mío, de manos de los impíos,
del poder de los malvados y violentos.
5 Tú, Soberano Señor, has sido mi esperanza;
en ti he confiado desde mi juventud.
6 De ti he dependido desde que nací;
del vientre materno me hiciste nacer.
¡Por siempre te alabaré!
7 Para muchos, soy motivo de asombro,
pero tú eres mi refugio inconmovible.
8 Mi boca rebosa de alabanzas a tu nombre,
y todo el día proclama tu grandeza.
Comentario
1. Reafírmate en el Señor
Este salmo está lleno de indicios de dificultades y oposición, pero a lo largo del mismo el autor señala: «De ti he dependido desde que nací» (v.6). En este salmo vemos tres aspectos clave de lo que supone esta dependencia de Dios:
- Oración
He aquí una oración que puedes hacer: «En ti, Señor, me he refugiado \[…\] rescátame y líbrame» (vv.1–2).
- Paciencia
Una vez que has clamado al Señor pidiendo ayuda y depositado tus cargas en el Señor, el siguiente paso es esperar en Él con confianza (v.5): «Tú, Soberano Señor, has sido mi esperanza;
De ti he dependido desde que nací; ¡Por siempre te alabaré!» (vv.5–6).
- Alabanza
Puedes alabar a Dios durante las batallas a las que te enfrentes: «Mi boca rebosa de alabanzas a tu nombre, y todo el día proclama tu grandeza» (v.8).
Oración
Señor, gracias porque puedo depender de Ti cuando miro al futuro y las batallas que me aguardan.
Hechos 4:1-22
Pedro y Juan ante el Consejo
4Mientras Pedro y Juan le hablaban a la gente, se les presentaron los sacerdotes, el capitán de la guardia del templo y los saduceos. 2 Estaban muy disgustados porque los apóstoles enseñaban a la gente y proclamaban la resurrección, que se había hecho evidente en el caso de Jesús. 3 Prendieron a Pedro y a Juan y, como ya anochecía, los metieron en la cárcel hasta el día siguiente. 4 Pero muchos de los que oyeron el mensaje creyeron, y el número de éstos llegaba a unos cinco mil.
5 Al día siguiente se reunieron en Jerusalén los gobernantes, los ancianos y los maestros de la ley. 6 Allí estaban el sumo sacerdote Anás, Caifás, Juan, Alejandro y los otros miembros de la familia del sumo sacerdote. 7 Hicieron que Pedro y Juan comparecieran ante ellos y comenzaron a interrogarlos:
—¿Con qué poder, o en nombre de quién, hicieron ustedes esto?
8 Pedro, lleno del Espíritu Santo, les respondió:
—Gobernantes del pueblo y ancianos: 9 Hoy se nos procesa por haber favorecido a un inválido, ¡y se nos pregunta cómo fue sanado! 10 Sepan, pues, todos ustedes y todo el pueblo de Israel que este hombre está aquí delante de ustedes, sano gracias al nombre de Jesucristo de Nazaret, crucificado por ustedes pero resucitado por Dios. 11 Jesucristo es
“la piedra que desecharon ustedes los constructores,
y que ha llegado a ser la piedra angular”.
12 De hecho, en ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos.
13 Los gobernantes, al ver la osadía con que hablaban Pedro y Juan, y al darse cuenta de que eran gente sin estudios ni preparación, quedaron asombrados y reconocieron que habían estado con Jesús. 14 Además, como vieron que los acompañaba el hombre que había sido sanado, no tenían nada que alegar. 15 Así que les mandaron que se retiraran del Consejo, y se pusieron a deliberar entre sí: 16 «¿Qué vamos a hacer con estos sujetos? Es un hecho que por medio de ellos ha ocurrido un milagro evidente; todos los que viven en Jerusalén lo saben, y no podemos negarlo. 17 Pero para evitar que este asunto siga divulgándose entre la gente, vamos a amenazarlos para que no vuelvan a hablar de ese nombre a nadie.»
18 Los llamaron y les ordenaron terminantemente que dejaran de hablar y enseñar acerca del nombre de Jesús. 19 Pero Pedro y Juan replicaron:
—¿Es justo delante de Dios obedecerlos a ustedes en vez de obedecerlo a él? ¡Júzguenlo ustedes mismos! 20 Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.
21 Después de nuevas amenazas, los dejaron irse. Por causa de la gente, no hallaban manera de castigarlos: todos alababan a Dios por lo que había sucedido, 22 pues el hombre que había sido milagrosamente sanado tenía más de cuarenta años.
Comentario
2. Recibe valentía al estar con Jesús
El cristianismo auténtico está destinado a suscitar la oposición y conllevar pruebas de un tipo u otro. Aquí, los discípulos han sido encarcelados y sometidos a juicio porque, en efecto, se les acusa del crimen de ser cristianos (aunque no usaban ese nombre por entonces). No ha habido ningún periodo de la historia de la iglesia en la que los cristianos no hayan sido perseguidos por este crimen en alguna parte del mundo.
No se discutía si el hombre había sido sanado. En los Evangelios Jesús es quien hace los milagros mientras que en Hechos, estos son realizados por gente ordinaria en su nombre. Cuando se les pregunta: «¿Con qué poder, o en nombre de quién, hicieron ustedes esto?» (v.7), Pedro responde lleno del Espíritu Santo: «Gracias al nombre de Jesucristo de Nazaret, crucificado por ustedes, pero resucitado por Dios» (v.10). Hoy, puedes orar de la misma poderosa manera.
Pedro tuvo la audacia de decir a los jueces que eran culpables de crucificar al salvador del mundo. Habían rechazado y crucificado a Jesús y Pedro había tenido miedo de admitir ante una sierva que conocía a Jesús. Ahora es una persona transformada que proclama a Jesús y la resurrección en público, ante el tribunal donde Jesús fue juzgado y a 500 metros de donde fue crucificado.
La clave era que Pedro se había encontrado con el Jesús resucitado y estaba «lleno de Espíritu Santo» (v.8). Ahora sabía a qué había venido Jesús y que Jesús estaba con él ayudándolo, por medio del Espíritu Santo.
Pedro continúa: «De hecho, en ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos» (v.12).
No es de sorprender que «los gobernantes, al ver la osadía con que hablaban Pedro y Juan, y al darse cuenta de que eran gente sin estudios ni preparación, quedaron asombrados y reconocieron que habían estado con Jesús.» (v.13).
Puede que Pedro y Juan no hubieran recibido mucha educación formal, pero habían estado en la «escuela con Jesús» y eran sus discípulos. Habían asistido a la «Universidad de la Palabra de Dios» y ahora estaban estudiando en la «Universidad del Espíritu Santo». Mucha gente que Dios ha usado grandiosamente han sido personas con muy poca educación.
Pedro y Juan recibieron amenazas para que no hablaran más sobre Jesús, pero ellos respondieron: «Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (v.20).
Al enfrentarse a sus jueces, les sirvió de gran ayuda el hecho de que todos podían ver el sorprendente milagro que había sucedido. Aquel hombre de cuarenta años estaba allí sano, en pie, dando testimonio del poder de Jesús. (vv.14–21).
Oración
Señor, lléname con Tu Espíritu y dame la misma valentía que a Pedro y a Pablo para que pueda seguir proclamando a Jesús, cueste lo que cueste, y cualquiera que sea la oposición. Oro para que veamos milagros sorprendentes como aquellos que fueron realizados por medio de Tus primeros seguidores.
2 Samuel 11:1-12:31
David y Betsabé
11En la primavera, que era la época en que los reyes salían de campaña, David mandó a Joab con la guardia real y todo el ejército de Israel para que aniquilara a los amonitas y sitiara la ciudad de Rabá. Pero David se quedó en Jerusalén.
2 Una tarde, al levantarse David de la cama, comenzó a pasearse por la azotea del palacio, y desde allí vio a una mujer que se estaba bañando. La mujer era sumamente hermosa, 3 por lo que David mandó que averiguaran quién era, y le informaron: «Se trata de Betsabé, que es hija de Elián y esposa de Urías el hitita.» 4 Entonces David ordenó que la llevaran a su presencia, y cuando Betsabé llegó, él se acostó con ella. Después de eso, ella volvió a su casa. Hacía poco que Betsabé se había purificado de su menstruación, 5 así que quedó embarazada y se lo hizo saber a David.
6 Entonces David le envió este mensaje a Joab: «Mándame aquí a Urías el hitita.» Y Joab así lo hizo. 7 Cuando Urías llegó, David le preguntó cómo estaban Joab y los soldados, y cómo iba la campaña. 8 Luego le dijo: «Vete a tu casa y acuéstate con tu mujer.» Tan pronto como salió del palacio, Urías recibió un regalo de parte del rey, 9 pero en vez de irse a su propia casa, se acostó a la entrada del palacio, donde dormía la guardia real.
10 David se enteró de que Urías no había ido a su casa, así que le preguntó:
—Has hecho un viaje largo; ¿por qué no fuiste a tu casa?
11 —En este momento —respondió Urías—, tanto el arca como los hombres de Israel y de Judá se guarecen en simples enramadas, y mi señor Joab y sus oficiales acampan al aire libre, ¿y yo voy a entrar en mi casa para darme un banquete y acostarme con mi esposa? ¡Tan cierto como que Su Majestad vive, que yo no puedo hacer tal cosa!
12 —Bueno, entonces quédate hoy aquí, y mañana te enviaré de regreso —replicó David.
Urías se quedó ese día en Jerusalén. Pero al día siguiente 13 David lo invitó a un banquete y logró emborracharlo. A pesar de eso, Urías no fue a su casa sino que volvió a pasar la noche donde dormía la guardia real. 14 A la mañana siguiente, David le escribió una carta a Joab, y se la envió por medio de Urías. 15 La carta decía: «Pongan a Urías al frente de la batalla, donde la lucha sea más dura. Luego déjenlo solo, para que lo hieran y lo maten.»
16 Por tanto, cuando Joab ya había sitiado la ciudad, puso a Urías donde sabía que estaban los defensores más aguerridos. 17 Los de la ciudad salieron para enfrentarse a Joab, y entre los oficiales de David que cayeron en batalla también perdió la vida Urías el hitita.
18 Entonces Joab envió a David un informe con todos los detalles del combate, 19 y le dio esta orden al mensajero: «Cuando hayas terminado de contarle al rey todos los pormenores del combate, 20 tal vez se enoje y te pregunte: “¿Por qué se acercaron tanto a la ciudad para atacarla? ¿Acaso no sabían que les dispararían desde la muralla? 21 ¿Quién mató a Abimélec hijo de Yerubéset? ¿No fue acaso una mujer la que le arrojó una piedra de molino desde la muralla de Tebes y lo mató? ¿Por qué se acercaron tanto a la muralla?” Pues si te hace estas preguntas, respóndele: “También ha muerto Urías el hitita, siervo de Su Majestad.” »
22 El mensajero partió, y al llegar le contó a David todo lo que Joab le había mandado decir.
23 —Los soldados enemigos nos estaban venciendo —dijo el mensajero—, pero cuando nos atacaron a campo abierto pudimos rechazarlos hasta la entrada de la ciudad. 24 Entonces los arqueros dispararon desde la muralla a los soldados de Su Majestad, de modo que murieron varios de los nuestros. También ha muerto Urías el hitita, siervo de Su Majestad.
25 Entonces David le dijo al mensajero:
—Dile a Joab de mi parte que no se aflija tanto por lo que ha pasado, pues la espada devora sin discriminar. Dile también que reanude el ataque contra la ciudad, hasta destruirla.
26 Cuando Betsabé se enteró de que Urías, su esposo, había muerto, hizo duelo por él. 27 Después del luto, David mandó que se la llevaran al palacio y la tomó por esposa. Con el tiempo, ella le dio un hijo. Sin embargo, lo que David había hecho le desagradó al Señor.
Natán reprende a David
12El Señor envió a Natán para que hablara con David. Cuando este profeta se presentó ante David, le dijo:
—Dos hombres vivían en un pueblo. El uno era rico, y el otro pobre. 2 El rico tenía muchísimas ovejas y vacas; 3 en cambio, el pobre no tenía más que una sola ovejita que él mismo había comprado y criado. La ovejita creció con él y con sus hijos: comía de su plato, bebía de su vaso y dormía en su regazo. Era para ese hombre como su propia hija. 4 Pero sucedió que un viajero llegó de visita a casa del hombre rico, y como éste no quería matar ninguna de sus propias ovejas o vacas para darle de comer al huésped, le quitó al hombre pobre su única ovejita.
5 Tan grande fue el enojo de David contra aquel hombre, que le respondió a Natán:
—¡Tan cierto como que el Señor vive, que quien hizo esto merece la muerte! 6 ¿Cómo pudo hacer algo tan ruin? ¡Ahora pagará cuatro veces el valor de la oveja!
7 Entonces Natán le dijo a David:
—¡Tú eres ese hombre! Así dice el Señor, Dios de Israel: “Yo te ungí como rey sobre Israel, y te libré del poder de Saúl. 8 Te di el palacio de tu amo, y puse sus mujeres en tus brazos. También te permití gobernar a Israel y a Judá. Y por si esto hubiera sido poco, te habría dado mucho más. 9 ¿Por qué, entonces, despreciaste la palabra del Señor haciendo lo que me desagrada? ¡Asesinaste a Urías el hitita para apoderarte de su esposa! ¡Lo mataste con la espada de los amonitas! 10 Por eso la espada jamás se apartará de tu familia, pues me despreciaste al tomar la esposa de Urías el hitita para hacerla tu mujer.”
11 »Pues bien, así dice el Señor: “Yo haré que el desastre que mereces surja de tu propia familia, y ante tus propios ojos tomaré a tus mujeres y se las daré a otro, el cual se acostará con ellas en pleno día. 12 Lo que tú hiciste a escondidas, yo lo haré a plena luz, a la vista de todo Israel.”
13 —¡He pecado contra el Señor! —reconoció David ante Natán.
—El Señor ha perdonado ya tu pecado, y no morirás —contestó Natán—. 14 Sin embargo, tu hijo sí morirá, pues con tus acciones has ofendido al Señor.
15 Dicho esto, Natán volvió a su casa. Y el Señor hirió al hijo que la esposa de Urías le había dado a David, de modo que el niño cayó gravemente enfermo. 16 David se puso a rogar a Dios por él; ayunaba y pasaba las noches tirado en el suelo. 17 Los ancianos de su corte iban a verlo y le rogaban que se levantara, pero él se resistía, y aun se negaba a comer con ellos.
18 Siete días después, el niño murió. Los oficiales de David tenían miedo de darle la noticia, pues decían: «Si cuando el niño estaba vivo, le hablábamos al rey y no nos hacía caso, ¿qué locura no hará ahora si le decimos que el niño ha muerto?» 19 Pero David, al ver que sus oficiales estaban cuchicheando, se dio cuenta de lo que había pasado y les preguntó:
—¿Ha muerto el niño?
—Sí, ya ha muerto —le respondieron.
20 Entonces David se levantó del suelo y en seguida se bañó y se perfumó; luego se vistió y fue a la casa del Señor para adorar. Después regresó al palacio, pidió que le sirvieran alimentos, y comió.
21 —¿Qué forma de actuar es ésta? —le preguntaron sus oficiales—. Cuando el niño estaba vivo, usted ayunaba y lloraba; pero ahora que se ha muerto, ¡usted se levanta y se pone a comer!
22 David respondió:
—Es verdad que cuando el niño estaba vivo yo ayunaba y lloraba, pues pensaba: “¿Quién sabe? Tal vez el Señor tenga compasión de mí y permita que el niño viva.” 23 Pero ahora que ha muerto, ¿qué razón tengo para ayunar? ¿Acaso puedo devolverle la vida? Yo iré adonde él está, aunque él ya no volverá a mí.
24 Luego David fue a consolar a su esposa y se unió a ella. Betsabé le dio un hijo, al que David llamó Salomón. El Señor amó al niño 25 y mandó a decir por medio del profeta Natán que le pusieran por nombre Jedidías, por disposición del Señor.
26 Mientras tanto, Joab había atacado la ciudad amonita de Rabá y capturado la fortaleza real. 27 Entonces envió unos mensajeros a decirle a David: «Acabo de atacar a Rabá y he capturado los depósitos de agua. 28 Ahora, pues, le pido a Su Majestad que movilice el resto de las tropas para sitiar y capturar la ciudad. Si no, lo haré yo mismo y le pondrán mi nombre.»
29 Por tanto, David, movilizando todas las tropas, marchó contra Rabá, la atacó y la capturó. 30 Al rey de los amonitas le quitó la corona de oro que tenía puesta, la cual pesaba treinta y tres kilos y estaba adornada con piedras preciosas. Luego se la pusieron a David. Además, David saqueó la ciudad y se llevó un botín inmenso. 31 Expulsó de allí a sus habitantes y los puso a trabajar con sierras, trillos y hachas, y también los forzó a trabajar en los hornos de ladrillos. Lo mismo hizo con todos los pueblos amonitas, después de lo cual regresó a Jerusalén con todas sus tropas.
Comentario
3. Asegúrate de agradar a Dios
Puede que en la cultura contemporánea las palabras «¡Tú eres ese hombre!» (12:7) sean palabras de admiración, pero en la Biblia son de las palabras más inquietantes. David había sido descubierto; había sido tentado y caído en pecado. Lo hizo en secreto y pensaba que se iba a salir con la suya, pero Dios vio todo. En una de las mayores atenuaciones de la Biblia se nos cuenta que «lo que David había hecho le desagradó al Señor» (11:27).
¿Cuándo se fue todo a pique?
Se dice que el primer error de David fue quedarse en Jerusalén (v.1). Si hubiera estado allá afuera librando la batalla con su pueblo, habría estado menos inclinado a la tentación que al quedarse en casa sin nada que hacer. John Wimber solía afirmar: «Es difícil quedarse sentado y ser bueno». Es mucho menos probable que caigamos en la tentación cuando estamos completamente ocupados y en el lugar correcto.
David fue resbalando por la pendiente poco a poco. Vio una mujer «sumamente hermosa» bañándose (v.2). Aún no había pecado, solo era la tentación. Pero tuvo que haber cedido a los pensamientos lujuriosos porque hizo un plan, envío a que la buscaran para acostarse con ella y pecó gravemente.
Aunque para los estándares de su tiempo aquello no era nada comparado con lo que habían hecho otros reyes, planeó un encubrimiento que no funcionó. Al final, todo desembocó en el asesinato de Urías. Como suele pasar, el pecado lleva a más pecado, y el encubrimiento fue peor que el pecado inicial.
David debió sentirse completamente aplastado por las palabras lapidarias de Natán: «¡Tú eres ese hombre! Así dice el Señor, Dios de Israel: “Yo te ungí \[…\] te libré \[…\] te di \[…\] y por si esto hubiera sido poco, te habría dado mucho más. ¿Por qué, entonces, despreciaste la palabra del Señor haciendo lo que le desagrada?» (12:7–9). David no solo había pecado gravemente sino que era alguien de quien se esperaba una mejor conducta.
Sorprendentemente, Dios perdonó a David incluso aquel pecado tan grande (v.13). No hay pecado o caída que sea demasiado grande para ser perdonada por Dios, ni situación alguna que no pueda ser alcanzada por la gracia de Dios. No importa lo que hayas hecho, Dios te puede perdonar.
La clave para recibir aquel perdón es admitir nuestra culpa y arrepentirnos de los que hemos hecho. Esta es la gran diferencia entre David (a quien Dios perdonó cuando pecó) y Saúl (a quien Dios no perdonó). Mientras que Saúl trató de justificarse (ver 1 Samuel 15), David simplemente admitió todo diciendo: «¡He pecado contra el Señor!» (2 Samuel 12:13). Efectivamente, simplemente dijo «lo siento».
Pero el perdón no elimina las consecuencias de nuestras acciones. Las consecuencias para David fueron enormes; su bebé murió como resultado (vv.13–14) y Dios le advirtió de que por casusa de sus acciones violentas «la espada jamás se apartará de tu familia» (v.10). Las consecuencias del pecado de David fueron permanentes.
Pero aquello no fue el final de David, pues Dios no lo abandonó. Aunque su hijo murió, hay esperanza. Un día se reencontrarán: «Yo iré adonde él está, aunque él ya no volverá a mí» (v.23). Y no solo eso; Dios dio a David otro hijo, Salomón y «el Señor amó al niño» (v.24).
Este relato es una advertencia, aunque también nos anima. Nos advierte de que nos tenemos que hacer responsables de nuestra vida, poner límites, ser prontos en ayudar y estar vigilantes orando para no caer en la tentación.
Si has caído, admite como David tu pecado, confiésalo, arrepiéntete, haz duelo si es necesario y después continúa con tu vida aguardando expectante por lo que Dios te tiene preparado. Todos cometemos errores de vez en cuando. Dios perdona, restaura y nos vuelve a bendecir.
Oración
Señor, guarda mi corazón y los corazones de todo tu pueblo, para que seamos fieles a Ti.
Añadidos de Pippa
2 Samuel 11–12
Nosotros intentamos ocultar nuestros fallos, pero Dios los ve todos.
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Nueva Versión Inernacional (NVI)
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