¿Hasta cuándo, Señor?
Introducción
¿Alguna vez has tenido momentos cuando te preguntaste «Hasta cuándo, Señor»? ¿Hasta cuándo durarán estas luchas y decepciones? ¿Hasta cuándo tendremos estas dificultades financieras? ¿Hasta cuándo persistirán estos problemas de salud? ¿Hasta cuándo seguirán las dificultades en esta relación? ¿Hasta cuándo lucharé con esta adicción? ¿Hasta cuándo durarán estas tentaciones intensas? ¿Hasta cuándo sufriré esta pérdida?
Pippa y yo solemos visitar la iglesia de St. Peter en Brighton, una de nuestras plantaciones de iglesias. En una ocasión, al finalizar un servicio, se acercó una mujer y me dijo que durante treinta y siete años había orado para que su esposo hallara la fe en Cristo. Durante esos treinta y siete largos años había clamado: «¿Hasta cuándo, oh Señor, hasta cuándo?».
Cuando la iglesia de St. Peter se reabrió en 2009, su esposo pensó que le gustaría comenzar a asistir con ella. El momento en que este hombre ingresó al templo sintió que había llegado al hogar y que había «renacido». Ahora ama la iglesia y asiste cada semana. ¡Dios había escuchado el clamor de su esposa! A lo largo de nuestra conversación repetía, con una enorme expresión de gozo en su rostro: «¿Hasta cuándo, oh Señor, hasta cuándo?». Al final, sus oraciones fueron contestadas.
«¿Hasta cuándo, Señor?», son las palabras iniciales de nuestro salmo de hoy. Cuatro veces, en rápida sucesión, David clama: «¿Hasta cuándo…?» (Salmo 13:1-2).
Hay períodos cuando pareciera que Dios nos ha olvidado (v.1a). Pareciera que él ha ocultado su rostro (v.1b). Por alguna razón inexplicable no sentimos su presencia con nosotros. Cada día pareciera ser una lucha, con nuestra alma acongojada (v.2a). Cada día pareciera traer pesar (v.2b). Pareciera que perdemos la batalla y el enemigo estuviera prevaleciendo sobre nosotros (v.2c, ELPD).
¿Cómo reaccionas en momentos como estos?
Salmos 13:1-6
Salmo 13
Al director musical. Salmo de David.
1 ¿Hasta cuándo, Señor, me seguirás olvidando?
¿Hasta cuándo esconderás de mí tu rostro?
2 ¿Hasta cuándo he de estar angustiado
y he de sufrir cada día en mi corazón?
¿Hasta cuándo el enemigo me seguirá dominando?
3 Señor y Dios mío,
mírame y respóndeme;
ilumina mis ojos.
Así no caeré en el sueño de la muerte;
4 así no dirá mi enemigo: «Lo he vencido»;
así mi adversario no se alegrará de mi caída.
5 Pero yo confío en tu gran amor;
mi corazón se alegra en tu salvación.
6 Canto salmos al Señor.
¡El Señor ha sido bueno conmigo!
Comentario
Sigue hacia adelante
En el salmo de hoy vemos cuatro cosas que debemos continuar haciendo durante las dificultades:
- Sigue orando
David prosiguió con su clamor a Dios: «Señor y Dios mío, mírame y respóndeme; ilumina mis ojos» (v.3). Derramaba su corazón ante Dios. No dejes de orar, incluso cuando pareciera como si Dios estuviera lejos.
«Pero yo confío en tu gran amor» (v.5a). «Yo confío en tu amor» (v.5a, DHH). Es relativamente fácil tener fe cuando las cosas marchan bien, pero la verdadera prueba de fe es cuando las cosas no parecieran andar bien.
- Sigue regocijándote
Las pruebas no eran su fuente de gozo sino la salvación de Dios. Dice: «… mi corazón se alegra en tu salvación» (v.5b). «… mi corazón se alegra porque tú me salvas» (v.5b, DHH).
- Sigue alabando
Pese a todo lo que había experimentado, David era capaz de ver la bondad de Dios: «Canto salmos al Señor. ¡El Señor ha sido bueno conmigo!» (v.6). Traía a la memoria todo lo que Dios había hecho por él.
Cuando empiezas a alabar y adorar a Dios, tus problemas se ponen en perspectiva. En ocasiones me resulta útil mirar hacia atrás y agradecerle al Señor por haberme ayudado a transitar por tantas luchas, decepciones y pérdidas personales, y simultáneamente recordar cómo «ha sido bueno conmigo» en todo momento.
Oración
Señor, hoy te alabo. Gracias por tu bondad conmigo. En todas las batallas que tengo por delante, confiaré en tu amor que nunca falla.
Mateo 15:10-39
10 Jesús llamó a la multitud y dijo:
—Escuchen y entiendan. 11 Lo que contamina a una persona no es lo que entra en la boca sino lo que sale de ella.
12 Entonces se le acercaron los discípulos y le dijeron:
—¿Sabes que los fariseos se escandalizaron al oír eso?
13 —Toda planta que mi Padre celestial no haya plantado será arrancada de raíz —les respondió—. 14 Déjenlos; son guías ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en un hoyo.
15 —Explícanos la comparación —le pidió Pedro.
16 —¿También ustedes son todavía tan torpes? —les dijo Jesús—. 17 ¿No se dan cuenta de que todo lo que entra en la boca va al estómago y después se echa en la letrina? 18 Pero lo que sale de la boca viene del corazón y contamina a la persona. 19 Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, la inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias. 20 Éstas son las cosas que contaminan a la persona, y no el comer sin lavarse las manos.
La fe de la mujer cananea
21 Partiendo de allí, Jesús se retiró a la región de Tiro y Sidón. 22 Una mujer cananea de las inmediaciones salió a su encuentro, gritando:
—¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! Mi hija sufre terriblemente por estar endemoniada.
23 Jesús no le respondió palabra. Así que sus discípulos se acercaron a él y le rogaron:
—Despídela, porque viene detrás de nosotros gritando.
24 —No fui enviado sino a las ovejas perdidas del pueblo de Israel —contestó Jesús.
25 La mujer se acercó y, arrodillándose delante de él, le suplicó:
—¡Señor, ayúdame!
26 Él le respondió:
—No está bien quitarles el pan a los hijos y echárselo a los perros.
27 —Sí, Señor; pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.
28 —¡Mujer, qué grande es tu fe! —contestó Jesús—. Que se cumpla lo que quieres.
Y desde ese mismo momento quedó sana su hija.
Jesús alimenta a los cuatro mil
29 Salió Jesús de allí y llegó a orillas del mar de Galilea. Luego subió a la montaña y se sentó. 30 Se le acercaron grandes multitudes que llevaban cojos, ciegos, lisiados, mudos y muchos enfermos más, y los pusieron a sus pies; y él los sanó. 31 La gente se asombraba al ver a los mudos hablar, a los lisiados recobrar la salud, a los cojos andar y a los ciegos ver. Y alababan al Dios de Israel.
32 Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
—Siento compasión de esta gente porque ya llevan tres días conmigo y no tienen nada que comer. No quiero despedirlos sin comer, no sea que se desmayen por el camino.
33 Los discípulos objetaron:
—¿Dónde podríamos conseguir en este lugar despoblado suficiente pan para dar de comer a toda esta multitud?
34 —¿Cuántos panes tienen? —les preguntó Jesús.
—Siete, y unos pocos pescaditos.
35 Luego mandó que la gente se sentara en el suelo. 36 Tomando los siete panes y los pescados, dio gracias, los partió y se los fue dando a los discípulos. Éstos, a su vez, los distribuyeron a la gente. 37 Todos comieron hasta quedar satisfechos. Después los discípulos recogieron siete cestas llenas de pedazos que sobraron. 38 Los que comieron eran cuatro mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños. 39 Después de despedir a la gente, subió Jesús a la barca y se fue a la región de Magadán.
Comentario
Continúa siguiendo a Jesús
La demora no invalida las promesas de Dios. Él no siempre cambia nuestras situaciones de inmediato. La enfermedad y el sufrimiento no serán erradicados definitivamente hasta que Jesús regrese. Estas historias, y nuestras experiencias de milagros y sanidades, son un anticipo de lo que entonces ocurrirá.
La bondad de Dios se revela supremamente en Jesús. De nuevo, en este pasaje vemos la maravillosa bondad de Jesús y cómo lidiaba con el pecado, la enfermedad y el sufrimiento.
- Sigue renovando tu mente
Jesús dice que nuestro problema no se trata de las cosas superficiales, tales como lo que comemos (v.11). La comida entra y sale de nuestro cuerpo (v.17). Las cosas que te dañan vienen de tu interior («¿No entienden que todo lo que entra por la boca va al vientre, para después salir del cuerpo?», v.17, DHH). El problema verdadero es el pecado en el corazón: «Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, la inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias. Éstas son las cosas que contaminan a la persona» (vv.19-20a).
El reto de las palabras de Jesús es que, aunque tal vez no hayamos cometido homicidio ni adulterio, todos tropezamos con el primer obstáculo. El primerísimo asunto que Jesús menciona es tener «malos pensamientos». La solución para nuestro pecado no consiste en rituales externos, como sugerían los fariseos. Solo Dios puede cambiar mi corazón. Necesito la ayuda de su Espíritu Santo para transformarme y purificarme.
- Sigue orando por sanidad
Hay pocas cosas más duras que ver sufrir a tus propios hijos. La hija de la mujer cananea padecía «terriblemente» (v.22). Su madre debe haber clamado desde su corazón: «¿Hasta cuándo, Señor?». Pero siguió pidiendo por sanidad y rehusaba desalentarse ante el hecho de que Jesús pareciera no responder a su petición. «La mujer se acercó y, arrodillándose delante de él, le suplicó: “¡Señor, ayúdame!”» (v.25).
Jesús vio que tenía una gran fe y sanó a su hija (v.28). Entonces salió y sanó a «cojos, ciegos, lisiados, mudos y muchos enfermos más» (v.30).
- Sigue obrando en nombre del hambriento
Jesús no solo aborda el problema de la enfermedad (v.22 en adelante), sino que también se ocupa profundamente del sufrimiento causado por el hambre. Dice: «Siento compasión de esta gente porque ya llevan tres días conmigo y no tienen nada que comer. No quiero despedirlos sin comer» (v.32).
Jesús es capaz de hacer mucho con muy poco. Alimentó a las multitudes con la pequeña cantidad de alimento recibida. Si le das la pequeña cantidad de lo que tienes (tu vida y tus recursos), es capaz de multiplicarlos y usarlos en gran manera.
Si Jesús se preocupaba tanto por el hambre temporal, ¿cuánto más se preocupará por los cientos de millones de personas en el mundo actual que sufren hambre y desnutrición? Como seguidores de Jesús debemos actuar en nombre de quienes padecen hambre.
A buen seguro que todo el mundo vería bien a Jesús. Pero no. Los fariseos se ofendieron (v.12) cuando lo oyeron. Si incluso Jesús ofendía a la gente por lo que decía, no es de sorprenderse que muchos se ofendan por lo que los cristianos y la iglesia digamos hoy.
Oración
Señor, dame tu compasión por las personas que sufren, sea por su enfermedad, hambre o cualquier otro motivo. Ven, Espíritu Santo.
Génesis 43:1-44:34
Los hermanos de José vuelven a Egipto
43El hambre seguía aumentando en aquel país. 2 Llegó el momento en que se les acabó el alimento que habían llevado de Egipto. Entonces su padre les dijo:
—Vuelvan a Egipto y compren un poco más de alimento para nosotros.
3 Pero Judá le recordó:
—Aquel hombre nos advirtió claramente que no nos presentáramos ante él, a menos que lo hiciéramos con nuestro hermano menor. 4 Si tú nos permites llevar a nuestro hermano menor, iremos a comprarte alimento. 5 De lo contrario, no tiene objeto que vayamos. Aquel hombre fue muy claro en cuanto a no presentarnos ante él sin nuestro hermano menor.
6 —¿Por qué me han causado este mal? —inquirió Israel—. ¿Por qué le dijeron a ese hombre que tenían otro hermano?
7 —Porque aquel hombre nos preguntó específicamente acerca de nuestra familia —respondieron ellos—. “¿Vive todavía el padre de ustedes? —nos preguntó—. ¿Tienen algún otro hermano?” Lo único que hicimos fue responder a sus preguntas. ¿Cómo íbamos a saber que nos pediría llevar a nuestro hermano menor?
8 Judá le dijo a su padre Israel:
—Bajo mi responsabilidad, envía al muchacho y nos iremos ahora mismo, para que nosotros y nuestros hijos podamos seguir viviendo. 9 Yo te respondo por su seguridad; a mí me pedirás cuentas. Si no te lo devuelvo sano y salvo, yo seré el culpable ante ti para toda la vida. 10 Si no nos hubiéramos demorado tanto, ¡ya habríamos ido y vuelto dos veces!
11 Entonces Israel, su padre, les dijo:
—Ya que no hay más remedio, hagan lo siguiente: Echen en sus costales los mejores productos de esta región, y llévenselos de regalo a ese hombre: un poco de bálsamo, un poco de miel, perfumes, mirra, nueces, almendras. 12 Lleven también el doble del dinero, pues deben devolver el que estaba en sus bolsas, ya que seguramente fue un error. 13 Vayan con su hermano menor y preséntense ante ese hombre. 14 ¡Que el Dios Todopoderoso permita que ese hombre les tenga compasión y deje libre a su otro hermano, y además vuelvan con Benjamín! En cuanto a mí, si he de perder a mis hijos, ¡qué le voy a hacer! ¡Los perderé!
15 Ellos tomaron los regalos, el doble del dinero, y a Benjamín, y emprendieron el viaje a Egipto. Allí se presentaron ante José. 16 Cuando éste vio a Benjamín con ellos, le dijo a su mayordomo: «Lleva a estos hombres a mi casa. Luego, mata un animal y prepáralo, pues estos hombres comerán conmigo al mediodía.»
17 El mayordomo cumplió la orden y los llevó a la casa de José. 18 Al ver ellos que los llevaban a la casa de José, se asustaron mucho y se dijeron: «Nos llevan por causa del dinero que se puso en nuestras bolsas la vez pasada. Ahora nos atacarán, nos acusarán, y hasta nos harán sus esclavos, con nuestros animales y todo.»
19 Entonces se acercaron al mayordomo de la casa de José, y antes de entrar le dijeron:
20 —Perdón, señor: nosotros ya vinimos antes para comprar alimento; 21 pero a nuestro regreso, cuando acampamos para pasar la noche, descubrimos que en cada una de nuestras bolsas estaba el dinero que habíamos pagado. ¡Pero lo hemos traído para devolverlo! 22 También hemos traído más dinero para comprar alimento. ¡No sabemos quién pudo haber puesto el dinero de vuelta en nuestras bolsas!
23 —Está bien, no tengan miedo —contestó aquel hombre—. El Dios de ustedes y de su padre habrá puesto ese tesoro en sus bolsas. A mí me consta que recibí el dinero que ustedes pagaron.
El mayordomo les llevó a Simeón, 24 y a todos los hizo pasar a la casa de José. Allí les dio agua para que se lavaran los pies, y les dio de comer a sus asnos. 25 Ellos, por su parte, prepararon los regalos, mientras esperaban que José llegara al mediodía, pues habían oído que comerían allí.
26 Cuando José entró en su casa, le entregaron los regalos que le habían llevado, y rostro en tierra se postraron ante él. 27 José les preguntó cómo estaban, y añadió:
—¿Cómo está su padre, el anciano del cual me hablaron? ¿Vive todavía?
28 —Nuestro padre, su siervo, se encuentra bien, y todavía vive —respondieron ellos.
Y en seguida le hicieron una reverencia para honrarlo. 29 José miró a su alrededor y, al ver a Benjamín, su hermano de padre y madre, les preguntó:
—¿Es éste su hermano menor, del cual me habían hablado? ¡Que Dios te guarde, hijo mío!
30 Conmovido por la presencia de su hermano, y no pudiendo contener el llanto, José salió de prisa. Entró en su habitación, y allí se echó a llorar desconsoladamente. 31 Después se lavó la cara y, ya más calmado, salió y ordenó: «¡Sirvan la comida!»
32 A José le sirvieron en un sector, a los hermanos en otro, y en otro más a los egipcios que comían con José. Los egipcios no comían con los hebreos porque, para los habitantes de Egipto, era una abominación. 33 Los hermanos de José estaban sentados frente a él, de mayor a menor, y unos a otros se miraban con asombro. 34 Las porciones les eran servidas desde la mesa de José, pero a Benjamín se le servían porciones mucho más grandes que a los demás. En compañía de José, todos bebieron y se alegraron.
La copa de José
44Más tarde, José ordenó al mayordomo de su casa: «Llena con todo el alimento que les quepa los costales de estos hombres, y pon en sus bolsas el dinero de cada uno de ellos. 2 Luego mete mi copa de plata en la bolsa del hermano menor, junto con el dinero que pagó por el alimento.» Y el mayordomo hizo todo lo que José le ordenó.
3 A la mañana siguiente, muy temprano, los hermanos de José fueron enviados de vuelta, junto con sus asnos. 4 Todavía no estaban muy lejos de la ciudad cuando José le dijo al mayordomo de su casa: «¡Anda! ¡Persigue a esos hombres! Cuando los alcances, diles: “¿Por qué me han pagado mal por bien? 5 ¿Por qué han robado la copa que usa mi señor para beber y para adivinar? ¡Esto que han hecho está muy mal!” »
6 Cuando el mayordomo los alcanzó, les repitió esas mismas palabras. 7 Pero ellos respondieron:
—¿Por qué nos dice usted tales cosas, mi señor? ¡Lejos sea de nosotros actuar de esa manera! 8 Es más, nosotros le trajimos de vuelta de Canaán el dinero que habíamos pagado, pero que encontramos en nuestras bolsas. ¿Por qué, entonces, habríamos de robar oro o plata de la casa de su señor? 9 Si se encuentra la copa en poder de alguno de nosotros, que muera el que la tenga, y el resto de nosotros seremos esclavos de mi señor.
10 —Está bien —respondió el mayordomo—, se hará como ustedes dicen, pero sólo el que tenga la copa en su poder será mi esclavo; el resto de ustedes quedará libre de todo cargo.
11 En seguida cada uno de ellos bajó al suelo su bolsa y la abrió. 12 El mayordomo revisó cada bolsa, comenzando con la del hermano mayor y terminando con la del menor. ¡Y encontró la copa en la bolsa de Benjamín! 13 Al ver esto, los hermanos de José se rasgaron las vestiduras en señal de duelo y, luego de cargar sus asnos, volvieron a la ciudad.
14 Todavía estaba José en su casa cuando llegaron Judá y sus hermanos. Entonces se postraron rostro en tierra, 15 y José les dijo:
—¿Qué manera de portarse es ésta? ¿Acaso no saben que un hombre como yo puede adivinar?
16 —¡No sabemos qué decirle, mi señor! —contestó Judá—. ¡No hay excusa que valga! ¿Cómo podemos demostrar nuestra inocencia? Dios ha puesto al descubierto la maldad de sus siervos. Aquí nos tiene usted: somos sus esclavos, nosotros y el que tenía la copa.
17 —¡Jamás podría yo actuar de ese modo! —respondió José—. Sólo será mi esclavo el que tenía la copa en su poder. En cuanto a ustedes, regresen tranquilos a la casa de su padre.
18 Entonces Judá se acercó a José para decirle:
—Mi señor, no se enoje usted conmigo, pero le ruego que me permita hablarle en privado. Para mí, usted es tan importante como el faraón. 19 Cuando mi señor nos preguntó si todavía teníamos un padre o algún otro hermano, 20 nosotros le contestamos que teníamos un padre anciano, y un hermano que le nació a nuestro padre en su vejez. Nuestro padre quiere muchísimo a este último porque es el único que le queda de la misma madre, ya que el otro murió. 21 Entonces usted nos obligó a traer a este hermano menor para conocerlo. 22 Nosotros le dijimos que el joven no podía dejar a su padre porque, si lo hacía, seguramente su padre moriría. 23 Pero usted insistió y nos advirtió que, si no traíamos a nuestro hermano menor, nunca más seríamos recibidos en su presencia. 24 Entonces regresamos adonde vive mi padre, su siervo, y le informamos de todo lo que usted nos había dicho. 25 Tiempo después nuestro padre nos dijo: “Vuelvan otra vez a comprar un poco de alimento.” 26 Nosotros le contestamos: “No podemos ir si nuestro hermano menor no va con nosotros. No podremos presentarnos ante hombre tan importante, a menos que nuestro hermano menor nos acompañe.” 27 Mi padre, su siervo, respondió: “Ustedes saben que mi esposa me dio dos hijos. 28 Uno desapareció de mi lado, y no he vuelto a verlo. Con toda seguridad fue despedazado por las fieras. 29 Si también se llevan a éste, y le pasa alguna desgracia, ¡ustedes tendrán la culpa de que este pobre viejo se muera de tristeza!”
30 »Así que, si yo regreso a mi padre, su siervo, y el joven, cuya vida está tan unida a la de mi padre, no regresa con nosotros, 31 seguramente mi padre, al no verlo, morirá, y nosotros seremos los culpables de que nuestro padre se muera de tristeza. 32 Este siervo suyo quedó ante mi padre como responsable del joven. Le dije: “Si no te lo devuelvo, padre mío, seré culpable ante ti toda mi vida.” 33 Por eso, permita usted que yo me quede como esclavo suyo en lugar de mi hermano menor, y que él regrese con sus hermanos. 34 ¿Cómo podré volver junto a mi padre si mi hermano menor no está conmigo? ¡No soy capaz de ver la desgracia que le sobrevendrá a mi padre!
Comentario
Mantén la esperanza
Jacob tal vez clamó, como David: «¿Hasta cuándo, Señor?» (Salmo 13:1a). Sus padecimientos iban en aumento. Había experimentado el duelo por su hijo extraviado durante veinte años. Ahora sufría una grave hambruna (Génesis 43.1) y enfrentaba la posibilidad de perder a su amado Benjamín. Preguntó: «¿Por qué me han causado este mal?» (v.6). Dijo, casi con resignación: «En cuanto a mí, si he de perder a mis hijos, ¡qué le voy a hacer! ¡Los perderé!» (v.14).
Oportunamente Jacob tuvo que confiar en Dios y dejar ir a su hijo Benjamín. Cuando lo hizo, las cosas funcionaron. Muy a menudo no es sino hasta que abandonamos y consagramos una situación en las manos del Señor (quizás temiendo lo peor) que Dios hace que todo funcione.
El escritor de esta sección de Génesis es un narrador brillante. Hace una presentación detallada de la agonía. Judá sabía que si su padre perdía a Benjamín (así como a José), probablemente lo mataría. Hablaba de «la desgracia que le sobrevendrá a mi padre» (44:34). Entretanto, nosotros (los lectores) sabemos que José aún seguía con vida y que en medio de todo esto sus sueños se cumplían (43:26-28). José se conmovió profundamente y tuvo que buscar un lugar donde llorar (v.30).
Entonces, José puso a prueba a sus hermanos. Judá era un hombre cambiado. Antes había dado insensiblemente a su hermano en esclavitud (37:26-27). Ahora estaba dispuesto a dar su vida para salvar a su hermano: «… permita usted que yo me quede como esclavo suyo en lugar de mi hermano menor» (44:33).
A través de todos los giros y las vueltas de esta historia, Dios estaba actuando, llevando a cabo su propósito. Él siempre obra en tu carácter y te capacita para que un día mires atrás y digas: «¡El Señor ha sido bueno conmigo!» (Salmo 13:6).
Al leer esto con los ojos del Nuevo Testamento, se nos recuerda que Dios envió a su único Hijo Jesús a salvarnos. Jacob tuvo que enviar a su «único» («solo él me queda», Génesis 42:38) hijo Benjamín para salvar a toda la familia.
Oración
Señor, gracias por la maravillosa manera en la que llevas adelante tus propósitos en las vidas y en la historia. En los tiempos difíciles, cuando clamo «¿Hasta cuándo, Señor?», ayúdame a avanzar siguiendo a Jesús, orando, confiando, regocijándome, adorando y poniendo mi esperanza en ti.
Añadidos de Pippa
Pippa añade
Génesis 43:1–44:34
Este pasaje conmovedor nos deja intrigados. José los puso a prueba para ver lo que había en su corazón: ¿Habían cambiado realmente? ¿Se arrepentían de sus acciones? Cuando José vio a sus hermanos inclinarse tuvo que ser tentador decir: «¿Recuerdan esos sueños…? ¿Acaso no se los dije?». Algunas cosas nos son reveladas para nuestro propio aliento, pero es mejor no compartirlas con los demás.
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