Cómo recibir un «lifting» facial del Espíritu Santo
Introducción
El padre Raniero Cantalamessa, un franciscano capuchino que es predicador de la casa papal y tiene 81 años, tuvo la amabilidad de venir a hablar en nuestra conferencia de liderazgo en mayo de 2015. Mucha gente comentó cómo su cara y sus ojos brillan irradiando la presencia de Dios. Una vez, Cantalamessa iba en un tren por Italia cuando una mujer que no era nada creyente, se le acercó y le dijo: «Su cara me empuja a creer».
Se ha dicho que «no podemos controlar la belleza de nuestra cara, pero sí su expresión». Como ilustra la historia, se puede saber un montón de una persona mirando sus ojos y su cara. Decimos: «Deberías haber visto la expresión de su cara». Como dice el viejo adagio latino: «La cara es el índice de la mente».
También es verdad que «los ojos son la ventana al alma». Cuando de verdad queremos que alguien nos escuche y nos crea, le decimos: «Mírame a los ojos».
La Biblia dice mucho sobre caras y ojos.
Salmos 104:19-30
19 Tú hiciste la luna, que marca las estaciones,
y el sol, que sabe cuándo ocultarse.
20 Tú traes la oscuridad, y cae la noche,
y en sus sombras se arrastran los animales del bosque.
21 Los leones rugen, reclamando su presa,
exigiendo que Dios les dé su alimento.
22 Pero al salir el sol se escabullen,
y vuelven a echarse en sus guaridas.
23 Sale entonces la gente a cumplir sus tareas,
a hacer su trabajo hasta el anochecer.
24 ¡Oh Señor, cuán numerosas son tus obras!
¡Todas ellas las hiciste con sabiduría!
¡Rebosa la tierra con todas tus criaturas!
25 Allí está el mar, ancho e infinito,
que abunda en animales, grandes y pequeños,
cuyo número es imposible conocer.
26 Allí navegan los barcos y se mece Leviatán,
que tú creaste para jugar con él.
27 Todos ellos esperan de ti
que a su tiempo les des su alimento.
28 Tú les das, y ellos recogen;
abres la mano, y se colman de bienes.
29 Si escondes tu rostro, se aterran;
si les quitas el aliento, mueren y vuelven al polvo.
30 Pero si envías tu Espíritu, son creados,
y así renuevas la faz de la tierra.
Comentario
1. El rostro de Dios
Hay un hambre spiritual en nuestros corazones que solo puede ser satisfecha por Dios. Los salmos están llenos de un deseo de relación con Dios, así como de un deseo de estar en la presencia de Dios. Aquí se describe usando el lenguaje de las relaciones humanas: «mirando» a Dios y buscando Su «rostro»: «Todos ellos esperan de ti \[…\] Si escondes tu rostro, se aterran \[…\] si envías tu Espíritu, son creados» (vv.27–30).
El salmista contrasta la satisfacción que viene de buscar el rostro de Dios, con el terror cuando Él esconde Su rostro de nosotros. El pecado crea una barrera entre nosotros y Dios. Cuando Adán y Eva pecaron, ya no pudieron mirar a Dios a los ojos, se escondieron de Él y fueron expulsados de Su presencia. Dios escondió Su rostro de ellos y se llenaron de terror.
Cuando podemos mirar a Dios a la cara, ocurre lo contrario: «Todos ellos esperan de ti que a su tiempo les des su alimento. Tú les das, y ellos recogen; abres la mano, y se colman de bienes» (v.27). Esto no solo es verdad en el caso de la comida física que parece describir aquí el salmista; también lo es respecto a la comida espiritual que Dios nos da.
Oración
Señor, gracias porque cuando te miro abres Tu mano y me colmas de buenas cosas. Perdona mis pecados y no me escondas Tu rostro.
2 Corintios 3:7-18
La gloria del nuevo pacto
7 El ministerio que causaba muerte, el que estaba grabado con letras en piedra, fue tan glorioso que los israelitas no podían mirar la cara de Moisés debido a la gloria que se reflejaba en su rostro, la cual ya se estaba extinguiendo. 8 Pues bien, si aquel ministerio fue así, ¿no será todavía más glorioso el ministerio del Espíritu? 9 Si es glorioso el ministerio que trae condenación, ¡cuánto más glorioso será el ministerio que trae la justicia! 10 En efecto, lo que fue glorioso ya no lo es, si se le compara con esta excelsa gloria. 11 Y si vino con gloria lo que ya se estaba extinguiendo, ¡cuánto mayor será la gloria de lo que permanece!
12 Así que, como tenemos tal esperanza, actuamos con plena confianza. 13 No hacemos como Moisés, quien se ponía un velo sobre el rostro para que los israelitas no vieran el fin del resplandor que se iba extinguiendo. 14 Sin embargo, la mente de ellos se embotó, de modo que hasta el día de hoy tienen puesto el mismo velo al leer el antiguo pacto. El velo no les ha sido quitado, porque sólo se quita en Cristo. 15 Hasta el día de hoy, siempre que leen a Moisés, un velo les cubre el corazón. 16 Pero cada vez que alguien se vuelve al Señor, el velo es quitado. 17 Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. 18 Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu.
Comentario
2. Nuestras caras
Se supone que nuestros rostros brilla más que la cara de Moisés. El día en que entregó las tablas, el rostro de Moisés «fue tan glorioso que los israelitas no podían mirar la cara de Moisés debido a la gloria que se reflejaba en su rostro, la cual ya se estaba extinguiendo» (v.7).
El ministerio de la antigua alianza era bueno en sí mismo. Vino «grabado con letras en piedra», y también vino «con gloria» (v.7). Moisés había visto el rostro de Dios y como resultado su cara deslumbraba (ver Éxodo 34:29 en adelante). Moisés «se tapaba la cara con un velo para que los israelitas no vieran el fin de aquello que estaba destinado a desaparecer» (2 Corintios 3:13).
Aunque el ministerio de la antigua alianza fuera bueno, acabó «causando muerte» (v.7). Por nosotros mismos no somos capaces de guardar los mandamientos de Dios. Pecamos y «la paga del pecado es la muerte» (Romanos 6:23).
Pablo continua el contraste con el ministerio de la antigua alianza con el ministerio del Espíritu. El ministerio de la antigua alianza era bueno en sí mismo (2 Corintios 3:7); pero el ministerio el Espíritu es aún más glorioso y duradero (vv.9–11).
El ministerio de la antigua alianza conllevó que Moisés se pusiera un velo. Los velos impiden que la gente vea. Pablo dice que aún hoy en día, la gente no entiende o comprende verdaderamente, pues «la mente de ellos se embotó» (v.14). El velo solo es quitado cuando alguien se vuelve al Señor (v.16).
Ciertamente, esa fue mi experiencia: había escuchado la lectura de la Biblia y asistido a charlas sobre la fe cristiana, pero no comprendía de qué estaba hablando la gente. No tenía ningún sentido para mí, pues mis ojos espirituales estaban cegados. En cuanto me volví al Señor, fue como si el velo hubiera sido removido; podía ver y comprender.
Pablo prosigue escribiendo algo absolutamente sorprendente: «Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y, donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu» (vv.17–18).
Toda la Trinidad se involucra; la gloria de Dios se ve en la cara de Jesús nuestro Señor. Jesús y el Espíritu Santo están tan íntimamente conectados que Pablo puede escribir: «El Señor es el Espíritu \[…\] el Señor, que es el Espíritu » (vv.17–18). El Espíritu Santo es el Espíritu de Jesús (Hechos 16:7).
El Espíritu del Señor trae la libertad radical a nuestras vidas. La libertad del legalismo, la culpa, la vergüenza, la condenación, el odio y el rechazo a uno mismo. La libertad del poder del pecado, el egoísmo, la manipulación y el control. La libertad del miedo a la muerte, y a lo que los demás pensarán de nosotros; en definitiva la libertad de no tener que compararnos con los demás.
Ahora eres libre para conocer, amar y servir a Dios. Eres libre para usar tu vida y tus energías para amar a los demás. Eres libre para ser tú mismo. Puedes acercarte a Dios con confianza (2 Corintios 3:12). No tienes que ponerte un velo en la cara.
Al mirar el rostro de Jesús, él te transforma a su semejanza. Este cambio es gradual, poco a poco «somos transformados de gloria en gloria» (v.18, RVA-2015). Cuando pasas tiempo con otra persona tiendes a parecerte a ella. La gente mira a los famosos y reproduce sus maneras y apariencia. Si estás cautivado por Jesús, serás transformado a su imagen.
Vemos miles de caras cada día, las imágenes están por todos lados, pero el Espíritu nos revela la cara más importante de todas. Al pasar tiempo en la presencia del Señor, te haces más y más como Él. Eres transformado a su semejanza con una gloria que siempre se va incrementando.
Oración
Señor, gracias por el inmenso privilegio de poder acercarme a Ti con libertad y confianza. Gracias porque te puedo mirar a la cara y reflejar Tu gloria en el mundo. Ayúdame a fijar mis ojos en Ti.
2 Crónicas 35:20-36:23
Muerte de Josías
20 Tiempo después de que Josías terminó la restauración del templo, Necao, rey de Egipto, salió a presentar batalla en Carquemis, ciudad que está junto al río Éufrates, pero Josías le salió al paso. 21 Necao envió mensajeros a decirle: «No te entrometas, rey de Judá. Hoy no vengo a luchar contra ti, sino contra la nación que me hace la guerra. Dios, que está de mi parte, me ha ordenado que me apresure. Así que no interfieras con Dios, para que él no te destruya.»
22 Josías no le hizo caso a la advertencia que Dios le dio por medio de Necao; al contrario, en vez de retirarse, se disfrazó y fue a la llanura de Meguido para pelear con Necao. 23 Como los arqueros le dispararon, el rey Josías les dijo a sus servidores: «Sáquenme de aquí, porque estoy gravemente herido.» 24 Sus servidores lo sacaron del carro en que estaba y lo trasladaron a otro carro, y lo llevaron a Jerusalén. Allí murió, y fue sepultado en el panteón de sus antepasados. Y todo Judá y todo Jerusalén hicieron duelo por él.
25 Jeremías compuso un lamento por la muerte de Josías; además, hasta este día todos los cantores y las cantoras aluden a Josías en sus cantos fúnebres. Estos cantos, que se han hecho populares en Israel, forman parte de las Lamentaciones.
26 Los demás acontecimientos del reinado de Josías, sus actos piadosos acordes con la ley del Señor, 27 y sus hechos, desde el primero hasta el último, están escritos en el libro de los reyes de Israel y de Judá.
Joacaz, rey de Judá
36Entonces el pueblo tomó a Joacaz hijo de Josías y lo proclamó rey en Jerusalén, en lugar de su padre. 2 Joacaz tenía veintitrés años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén tres meses. 3 Sin embargo, el rey de Egipto lo quitó del trono para que no reinara en Jerusalén, y le impuso al país un tributo de cien barras de plata y una barra de oro. 4 Luego hizo reinar sobre Judá y Jerusalén a Eliaquín, hermano de Joacaz, y le dio el nombre de Joacim. En cuanto a Joacaz, Necao se lo llevó a Egipto.
Joacim, rey de Judá
5 Joacim tenía veinticinco años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén once años, pero hizo lo que ofende al Señor su Dios. 6 Por eso Nabucodonosor, rey de Babilonia, marchó contra Joacim y lo llevó a Babilonia sujeto con cadenas de bronce. 7 Además, Nabucodonosor se llevó a Babilonia los utensilios del templo del Señor y los puso en su templo en Babilonia.
8 Los demás acontecimientos del reinado de Joacim, y sus pecados y todo cuanto le sucedió, están escritos en el libro de los reyes de Israel y de Judá. Y su hijo Joaquín lo sucedió en el trono.
Joaquín, rey de Judá
9 Joaquín tenía dieciocho años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén tres meses y diez días, pero hizo lo que ofende al Señor. 10 Por eso, a comienzos del año el rey Nabucodonosor mandó que lo llevaran a Babilonia, junto con los utensilios más valiosos del templo del Señor, e hizo reinar sobre Judá y Jerusalén a Sedequías, pariente de Joaquín.
Sedequías, rey de Judá
11 Sedequías tenía veintiún años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén once años, 12 pero hizo lo que ofende al Señor su Dios. No se humilló ante el profeta Jeremías, que hablaba en nombre del Señor, 13 y además se rebeló contra el rey Nabucodonosor, a quien había jurado lealtad. Sedequías fue terco y, en su obstinación, no quiso volverse al Señor, Dios de Israel.
14 También los jefes de los sacerdotes y el pueblo aumentaron su maldad, pues siguieron las prácticas detestables de los países vecinos y contaminaron el templo que el Señor había consagrado para sí en Jerusalén. 15 Por amor a su pueblo y al lugar donde habita, el Señor, Dios de sus antepasados, con frecuencia les enviaba advertencias por medio de sus mensajeros. 16 Pero ellos se burlaban de los mensajeros de Dios, tenían en poco sus palabras, y se mofaban de sus profetas. Por fin, el Señor desató su ira contra el pueblo, y ya no hubo remedio.
La caída de Jerusalén
17 Entonces el Señor envió contra ellos al rey de los babilonios, quien dentro del mismo templo mató a espada a los jóvenes, y no tuvo compasión de jóvenes ni de doncellas, ni de adultos ni de ancianos. A todos se los entregó Dios en sus manos. 18 Todos los utensilios del templo de Dios, grandes y pequeños, más los tesoros del templo y los del rey y de sus oficiales, fueron llevados a Babilonia. 19 Incendiaron el templo de Dios, derribaron la muralla de Jerusalén, prendieron fuego a sus palacios y destruyeron todos los objetos de valor que allí había.
20 A los que se salvaron de la muerte, el rey se los llevó a Babilonia, y fueron esclavos suyos y de sus hijos hasta el establecimiento del reino persa. 21 De este modo se cumplió la palabra que el Señor había pronunciado por medio de Jeremías. La tierra disfrutó de su descanso sabático todo el tiempo que estuvo desolada, hasta que se cumplieron setenta años.
Decreto de Ciro
22 En el primer año del reinado de Ciro, rey de Persia, el Señor dispuso el corazón del rey para que éste promulgara un decreto en todo su reino y así se cumpliera la palabra del Señor por medio del profeta Jeremías. Tanto oralmente como por escrito, el rey decretó lo siguiente:
23 «Esto es lo que ordena Ciro, rey de Persia:
»El Señor, Dios del cielo, que me ha dado todos los reinos de la tierra, me ha encargado que le construya un templo en la ciudad de Jerusalén, que está en Judá. Por tanto, cualquiera que pertenezca a Judá, que se vaya, y que el Señor su Dios lo acompañe.»
Comentario
3. Los ojos de Dios
Los ojos de Dios ven todo lo que vemos, hacemos y pensamos. Podemos escapar de los ojos humanos, pero no de los ojos de Dios.
La triste historia del pueblo de Dios continúa. La naturaleza humana no cambia: se daban luchas, batallas, disputas, ataques y guerras (35:20–21). Josías fue sucedido por reyes que no siguieron su buen ejemplo. Joacaz, Joacim (su hijo) y Sedequías (tío de Joacim), todos ellos hicieron «lo que ofende al Señor» (36:5,9,12).
El problema de Sedequías —como el de los demás— consistía en que era de dura cerviz «y, en su obstinación, no quiso volverse al Señor» (v.13). Ser de dura cerviz es una poderosa ilustración de lo que es el orgullo (negarse a inclinar la cabeza ante Dios). Endurecer el corazón es una descripción de cómo podemos resistirnos al Espíritu Santo.
«Por amor a su pueblo y al lugar donde habita, el Señor, Dios de sus antepasados, con frecuencia les enviaba advertencias por medio de sus mensajeros. Pero ellos se burlaban de los mensajeros de Dios, tenían en poco sus palabras, y se mofaban de sus profetas» (2 Crónicas 36:15–16). Llegó el momento en que Dios los entregó (v.17) a los grandes poderes de la época: Babilonia (el Iraq de nuestros días) y Persia (el Irán de hoy en día).
El libro de las Crónicas termina con una ligera nota de esperanza. El pasaje de hoy incluye la descripción de la destrucción de Jerusalén y su Templo en el 597 a.C. y el exilio, pero termina con la esperanza de la restauración y la reconstrucción que empezó en el 538 a.C.
Esta restauración apuntaba a la esperanza suprema que habría de venir por medio de Jesucristo nuestro Señor. El ministerio de la antigua alianza sería sorbrepasado por mucho por el ministerio de Jesús y el Espíritu Santo. Nuestra esperanza es de un orden completamente diferente. Pablo escribe: «Así que, como tenemos tal esperanza, actuamos con plena confianza» (2 Corintios 3:12). Es la esperanza de reflejar la gloria de Dios y ser transformados a Su semejanza con más y más gloria (v.18).
Oración
Señor, muchas gracias por la esperanza que tenemos la cual es mucho mayor de lo que nadie imaginó o pensó jamás. Gracias porque puedo mirar a la cara de Jesús. Gracias porque puedo reflejar la gloria de Dios y ser transformado a Su semejanza con más y más gloria.
Añadidos de Pippa
2 Corintios 3:18
« Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu»
No hay crecimiento sin cambios.
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Nueva Versión Inernacional (NVI)
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